Un rincón que me susurra al alma

"Cuenta la leyenda que cuando nació el río Eume, por la sierra del Xistral, también corrían otros dos ríos, el Sor y el Landro. Un día, Dios les prometió que, el primero de los ríos que llegase antes al océano, le daría todos los años a un hombre como ofrenda. Los tres ríos hicieron un pacto de caballeros para recorrer juntos el camino y llegar al mismo tiempo al océano. Cansados del viaje, decidieron parar a descansar. En la mañana del día siguiente, el primero de los ríos en despertar decidió romper el pacto y traicionar a sus compañeros, emprendiendo el viaje en solitario. El segundo río, al abrir sus ojos y comprobar que faltaba uno de sus compañeros, también abandonó el lugar dejando sólo al tercero, el río Eume. Cuando éste despertó y vio que estaba solo, se sintió traicionado. Enfurecido y embravecido, emprendió el viaje saltando por encima de todo lo que se interponía en su camino. En su trayecto fue formando valles, saltos de agua. Corrió con tal fuerza y velocidad que fue capaz de alcanzar y sobrepasar a los otros dos ríos traicioneros. Así fue como el Sor y el Landro quedaron relegados a simples afluentes. Curiosamente, mientras no se terminó la construcción de los embalses del Eume, debido a la bravura de sus aguas, todos los años el río se llevaba la vida algún hombre"

Caaveiro,  15 de noviembre del 2024

Las Fragas del Eume es un lugar por el que me gusta mucho pasear. Me gusta hacerlo en cualquier época del año, aunque tengo que confesar que mi punto flaco son la primavera y el otoño, estaciones en las que hay una increíble explosión de color en sus milenarios bosques. 

Este es un lugar donde el silencio de la naturaleza me susurra directamente al alma y me hace vibrar con una sugerente melodía que brota de mi corazón. Es como si algo en mi interior se despertase de un largo sueño y me liberase de algún tipo de pesadez, a la que no siempre alcanzo a poder ponerle nombre.

Recuerdo la primera vez que me desplacé en coche por las Fragas del Eume para ver el monasterio de San Xoán de Caaveiro, en una oscura y lluviosa tarde de invierno. Me habían dicho que me enseñarían un lugar en el que al parecer se celebraban rituales de brujería. Al llegar allí, me encontré con unas fantasmagóricas ruinas entre las que había una especie de cripta con restos de velas que, según mi guía, eran claro indicio de los rituales que se estaban realizando en aquel lugar abandonado.

El monasterio de Caaveiro se fundó en el 934 y su construcción, sobre un escarpado promontorio entre los ríos Eume y Sesín, se hizo por orden de San Rosendo abad, impulsor de muchos de los monacatos gallegos y gran difusor del estilo prerrománico astur.

Dadas las especiales características paisajísticas de esta zona, es probable que, en el momento de la fundación del monasterio de Caaveiro, las Fragas estuvieran llenas de eremitas tratando de llegar a Dios desde la soledad de estos maravillosos bosques y llevando una vida frugal y penitente. El monasterio se habría construido para agruparlos bajo la regla de San Benito.

No fue un monasterio grande, la comunidad de monjes era muy pequeña, entre cuatro y seis personas. Pero gracias a las numerosas donaciones realizadas durante siglos por nobles y reyes, el monasterio adquirió importante notoriedad, llegando a convertirse en real colegiata en el siglo XII y pasando la comunidad de monjes a obedecer la regla de San Agustín. Llegaron a tener seis canónigos, lo que supondría la totalidad de los integrantes de la pequeña comunidad. 

Esa es una parte de la historia oficial del monasterio, pero la oficiosa, esa que va de boca en boca, habla de un monasterio con una historia oscura. Un lugar al que llevaban a niños secuestrados (otros dicen que eran mujeres), donde los mataban y al parecer sus gritos aún podían escucharse en ciertas noches.

Decían también que el monasterio fue cárcel de la Inquisición española y que en su cripta a los prisioneros los torturaban hasta la muerte con el método de la gota. También había otra historia en la que se decía que los monjes trataban muy duramente a los trabajadores que estaban bajo sus órdenes y que cuando quedaban impedidos o fallecían, tiraban sus cuerpos al río.

A estas leyendas negras también le añadiremos que durante la Guerra Civil el lugar fue escenario de fusilamientos.

Con todas estas oscuras historias oficiosas, no es de extrañar que muchos vecinos de la zona tuvieran miedo y evitasen los bosques por la noche, a pesar de los rumores que contaban que en él habitaban seres mágicos que ayudaban a encontrar al camino de regreso a los que se perdían.

Parece extraño pensar que, en un lugar tan majestuoso y mágico, pudieran llegar a cometerse tantas atrocidades.

A pesar de la sensación de oscuridad que me llevé en mi primera visita a las Fragas, lo cierto es que el paisaje me sorprendió tanto que se quedó impregnado en mi memoria y quise volver otro día, con más tiempo para recorrerlo a pie.

En la segunda visita ya no se podía conducir hasta las cercanías del monasterio. La carretera era demasiado estrecha y dado que era una única vía de ida y vuelta, en los días de gran afluencia de visitantes, muchos coches se quedaban atascados y atrapados por no haber espacio suficiente para poder girar. Ahora el visitante tenía ya sólo la opción de acercarse a Caaveiro o en bicicleta, o caminando o en minibuses gratuitos que se pueden coger junto al Centro de Interpretación de las Fragas.

Aquel día mis nuevos acompañantes y yo decidimos acercarnos caminando.  

En las proximidades del puente colgante de Fornelos unos pescadores nos recomendaron salirnos de la carretera y cruzar el puente, para proseguir nuestro camino hasta el monasterio por la otra orilla del río Eume. En la otra orilla había un sendero a pie de río que nos llevaría por unos paisajes mucho más impresionantes que los que veríamos si caminasémos por la carretera. Además, la senda sólo era para senderistas y podíamos recorrerla sin que nos molestasen ni los ciclistas ni los vehículos. 

Es tal la emoción que me suscitan este tipo de lugares, que cuando me dijeron que valía la pena cruzar el puente y caminar por la otra orilla, decidí que mi miedo a las alturas no me impediría cruzar al otro lado.

¿Qué puedo decir sobre la decisión tomada?

Valió la pena y sigue valiendo la pena cada vez que cruzo ese puente colgante, a pesar del miedo que siento cuando lo hago. Pero vale la pena porque lo que hay al otro lado es sencillamente maravilloso.

Me enamoré de ese sendero que te lleva por un paisaje que parece haber sido sacado de los más bonitos cuentos de hadas. Amo ese paisaje.

Mi niña interior se emocionó y sigue emocionándose cuando, al recorrer el sendero, se adentra en los frondosos bosques, las fragas, y descubro con sus ojos ilusionados unas orillas repletas de grandes helechos reflejándose en las increíbles aguas color esmeralda del Eume. Aguas que bajan la mayor parte del tiempo mansas.

Los castaños centenarios y esa huella humana, que se ve muy de vez en cuando, en los pequeños silos redondos construidos con cantos rodados y donde los vecinos almacenaban las castañas que iban recogiendo.

Los riachuelos con sus cascadas.

La zona de los molinos, en cuya proximidad hay un puente con un gran arco de medio punto. El mismo puente por el que accedían antiguamente al monasterio y bajo el cual corre veloz, montaña abajo, el río Sesín. Sus aguas corriendo entre grandes rocas cubiertas de musgo verde oscuro y sobre las que crecen árboles, cuyas raíces quedan al descubierto, creando un precioso efecto mágico.

El sonido del agua, los cantos de los pájaros.

Ver volar las mariposas y las libélulas, quienes parecen estar avisándonos de que la caminata por las Fragas te está transformando el alma.

Aquí la naturaleza es magia.

Aunque cada vez que voy a las Fragas del Eume, me encuentro con mayor número de gente recorriendo el sendero o la carretera, algunos incluso caminando con las radios a viva voz. Lo cierto es que dejo que todos me adelanten para poder experimentar la deliciosa experiencia de caminar despacio en medio del silencio de la naturaleza, escuchando tan solo el canto de los pájaros, el agua correr y los latidos de mi corazón al caminar.

Mi alma aquí vibra.

Pero sin duda alguna cuando más vibra esa niña es cuando se encuentra con ese árbol que aparece cerca del camino, en su inicio, y al que parece que le ha salido una boca con forma de corazón. Está ahí, dando la bienvenida a un reino mágico. Avisándome de que estoy en un lugar que envolverá cálidamente mi corazón, iluminará mi mirada y me dibujará una gran sonrisa en la cara.

Ese árbol es el corazón de las Fragas del Eume, su espíritu rey. Símbolo de un rincón en el que se abren las puertas de la imaginación y que lleva a sentir como si en cualquier momento fuesen a salir hadas y duendes por cualquier lado. 

CONTACTO

¿Te apetecería vivir alguna de nuestras aventuras?

Contacta con nosotros para solicitar una experiencia personalizada o visita la página próximos eventos para ver nuestras próximas aventuras.

quiero empezar mi aventura con mailoc